viernes, 16 de diciembre de 2016

"SEGUIMOS DISCUTIENDO FOTOS EN LUGAR DE UN PROYECTO DE PAIS"

El Cronista

En medio de la discusión por Ganancias, el dólar vuelve a tomar temperatura. Luego de la fuerte corrección del tipo de cambio oficial en diciembre del año pasado, el valor del billete parecía haberse estabilizado en una franja en torno de $ 15. Ahora, ya por encima de los $ 16, reaparece la discusión acerca de si este es el tipo de cambio de equilibrio. Debate difícil de zanjar: ya que incluso está en duda la existencia de éste concepto: ¿existe el tipo de cambio de equilibrio?
Un tipo de cambio estable en economías con mercados incompletos como la Argentina, es condición necesaria para llevar adelante la actividad productiva. No obstante, su valor funciona como variable de ajuste para compensar la ganancia o pérdida de productividad relativa a otros países y/o para corregir distorsiones impositivas, problemas en los mercados de factores y otras fallas que puedan existir.
Es innegable que la industria manufacturera sufrió el atraso cambiario durante el período 2008-2015, en el cual el país depreciaba la moneda a un ritmo promedio del 10% respecto al dólar, mientras los salarios del sector subían al 26%. Muchos sostienen que el aumento de los salarios en dólares podría ser ‘consistente‘ si es acompañado por un incremento de la productividad laboral, lo cual no sucedió: la misma creció a un ritmo apenas del 2,4 % anual, lo que generó un cambio en la estructura de costos de las empresas del sector. Implícitamente estamos haciendo referencia al Costo Laboral Unitario: el costo en términos de salario (en dólares para permitir una comparación internacional) de producir una unidad de producto.
Este indicador comprime información de la dinámica salarial, cambiaria y de la productividad laboral. Depreciaciones cambiarias reducen el costo salarial en dólares mientras que aumentos de la productividad laboral implica mayor una cantidad de bienes producidos por cada empleado o lo que es lo mismo, menos empleados por cada bien (entonces el componente salarial del bien debería caer, dado el salario).
En los últimos años costo laboral fue ganando participación en relación a cada unidad producida y la brecha entre salarios y tipo de cambio que ha sido menos que compensado con el aumento de la productividad laboral del sector industrial.
Cabe la comparación entre Brasil y Argentina, toda vez que de algún modo somos competidores a la hora de recibir inversiones productivas. Evaluando el aumento de los costos en moneda extranjera en ambos países, y luego de corregirlos por productividad, podemos tener un índice que nos permite revisar la evolución en el tiempo de esta variable.
Si tomamos los niveles del año 2003 del costo laboral unitario relativo a Brasil, el tipo de cambio con el dólar debería estar por encima de los $ 22 (todo lo demás constante). Aquel año luce injusto como punto de comparación porque Argentina mas que un país era el club del trueque. Pero si consideramos 2008, según esos parámetros dólar hoy debería cotizar a $ 20 (todo lo demás constante) .
Pensar que se puede modificar un precio relativo sin efectos en el resto de los precios y volúmenes de producción es ingenuo, este valor nos da una referencia acerca de qué tan alejado está el sector manufacturero respecto al pasado reciente, no una recomendación de política económica.
El cálculo tampoco contempla la evolución de la presión tributaria en relación al PBI, la cual ha crecido mas de 10 puntos porcentuales en Argentina, mientras que en Brasil el incremento apenas rozó los 4 puntos. Esta carga sobre el sector industrial y la economía en general no se condijo con una oferta de bienes y servicios por parte del Estado, lo cual podría haber generado un impulso a la productividad requiriendo menos trabajo del tipo de cambio.
En resumen, el nivel de tipo de cambio actual aún luce atrasado pero pedir un tipo de cambio real alto es la contracara de pedir salarios bajos. Argentina tiene que debatir el camino a recorrer: las depreciaciones discretas del tipo de cambio nominal, lejos de ser la panacea del policy maker, ofrecen un alivio transitorio a la restricción externa (debido a la resistencia del salario real) mientras que deprimen la demanda agregada.
Los tiempos de la productividad son más lentos pero presentan un camino sustentable a recorrer. La capacidad de conquistar nuevos mercados, generar escala y reducir los costos medios de producción son claves, pero el Estado debe estar atento a acercarle financiamiento, capital humano y recursos a un sector que ha logrado una ganancia de eficiencia por debajo del resto de la economía en la última década.
Dicho esto, el mejor modo de retomar competitividad sin recaer siempre sobre los salarios, sería reducir la presión fiscal sin una mayor tasa de interés. Es decir bajar impuestos sin pedir prestado. ¿Cómo se hace? Pensando nuevamente la estructura tributaria y el nivel de gasto del país. Claro que ahí hay que trabajar mas que discutir quién se ubica mejor en la foto. Ese es el verdadero desafío de la Argentina.

viernes, 18 de noviembre de 2016

"ACOSTUMBRANDONOS A LOS CISNES NEGROS"

El Cronista
La victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos constituye lo que se conoce como "cisne negro". Por un lado, fue un evento altamente improbable ex ante; con el establishment mediático jugando en su contra como nunca había sucedido en ninguna campaña y las encuestas, dando como amplia ganadora a Hillary Clinton.
Otra característica de estos eventos es que son bastante racionalizados ex post, vistos en retrospectiva: ahora se habla del evidente descontento de los norteamericanos con el político convencional encarnado por la candidata demócrata. Finalmente, fue un evento que tuvo impacto tanto en los mercados bursátiles y cambiarios de manera inmediata y cuyas consecuencias de mediano y largo son todavía imposibles de anticipar con certeza.
Fue el cisne negro más impactante del año pero no el único: el Brexit tampoco había sido anticipado y terminó provocando alta volatilidad y movimientos desordenados en los mercados financieros. Ante este viraje nacionalista la alarma acerca de eventuales cisnes negros en el horizonte como Marine Le Pen en Francia y Boris Johnson en Gran Bretaña, sigue encendida. Sin embargo, hablar de cisnes negros anticipados es un oxímoron: su característica fundamental es que son eventos altamente improbables.
Lo ocurrido hasta ahora podría llevarnos a concluir que estamos en un mundo en el que los nacionalismos conservadores se fortalecen en desmedro de las social-democracias en los países de Occidente. En este marco, esos potenciales cisnes negros que mencionamos se deberían ir tornando más bien en el color natural de aves que ya no serían tan raras.
No obstante, este cambio de régimen hacia un mundo más conservador no es algo certero sino una conclusión en base a pocas observaciones de una realidad que percibimos parcialmente a través de escasas señales, algunas de las cuales pueden estar siendo mal interpretadas y conducirnos a conclusiones erróneas.
Con la información disponible no podemos pensar en términos de un modelo conocido donde la incertidumbre pasa por las distintas probabilidades –cuantificables– asociadas a los distintos estados del mundo conocidos en el futuro (riesgo en términos de Frank Knight).
No sabemos ciertamente qué tanta holgura tendrá el próximo líder de los Estados Unidos (que asume en tan sólo dos meses) para cumplir sus promesas de campaña y si realmente está decidido a hacerlo, ni mucho menos cuáles serán sus consecuencias en el orden internacional.
Esta exacerbación de la incertidumbre fundamental hace que las reglas de decisión de los agentes se empiecen a resquebrajar. La imposibilidad de poder planificar los eventos futuros lleva a los agentes económicos a tomar distintos caminos para elaborar su toma de decisiones. De no confiar más en sus propios juicios acerca del futuro, un agente puede seguir el comportamiento convencional, es decir, ver qué está proyectando el resto y copiarlo.
El problema con los cisnes negros es que justamente ocurren cuando las encuestadoras, medios de prensa y mercados fallan a lo grande y su poder predictivo se pone en tela de juicio. Siendo optimistas podemos pensar que estamos en un proceso dinámico, donde los mercados en su conjunto aprenden de los cisnes negros. En los últimos días los mercados han ido en favor de una expansión en los Estados Unidos, ¿cuáles podrían ser los drivers?
Las promesas de mayor gasto en infraestructura sumado a recortes impositivos de llevarse a cabo estimularían la economía norteamericana, mejorando los beneficios esperados de las empresas (todo lo demás constante).
Respecto de la tasa de interés de Estados Unidos podrían decirse varias cosas. En principio, ya se venía tanteando un leve aumento de tasa de interés para diciembre independientemente del ganador de las elecciones. Pensando en las consecuencias de este paquete de estímulos de Trump, en una economía próxima a su producto potencial (el nivel de producto consistente con el pleno uso de los factores productivos) como la norteamericana generarán una presión sobre los precios. Como la inflación norteamericana se encuentra próxima al 2% que tienen por meta, un eventual recalentamiento de precios llevará a la FED a subir los tipos de interés de referencia de política monetaria.
Por otro lado, el aumento del gasto y la caída de impuestos se traducen en un mayor déficit fiscal que será financiado con deuda del Tesoro. El aumento de oferta de deuda se traduce en una disminución de su precio, o lo que es lo mismo, un aumento de la tasa de interés.
Las principales dudas vienen del lado comercial. Las Cadenas Globales de Valor tienen a Estados Unidos como un nodo principal dentro del proceso de producción mundial. Una eventual guerra de tarifas podría desencadenar consecuencias de escala inimaginable que impactarían en la estructura y volúmenes del comercio y la productividad laboral a nivel global. Si hay un cisne negro del cual cubrirse sin dudas ese debería ser el mas importante.

viernes, 4 de noviembre de 2016

"ARGENTINA ENTRE UNA AMIGABLE HILLARY Y EL CONSERVADURISMO DE TRUMP"

El Cronista
Bastante se ha escrito tratando de trazar posibles cursos de acción respecto de quién gane la elección estadounidense, tanto en el orden político como económico a escala local y regional. Un eventual triunfo de Donald Trump obliga a repasar cuáles son las diferencias conceptuales entre Trump y Mauricio Macri, que en términos de su visión respecto a la economía global, al menos en el discurso, son diametralmente opuestos.
Por un lado, la consagración de Trump significaría ese volantazo final de un mundo que viene con las luces de guiño puestas hacia el conservadurismo desde hace un tiempo. La clase trabajadora de los países desarrollados parece no estar gozando de los frutos del desarrollo y el descontento toma la forma de un nacionalismo conservador y proteccionista.
En Estados Unidos desde el año 2000 el PBI per cápita creció a un ritmo promedio de 1% anual, mientras que la distribución funcional del ingreso fue cada vez más desfavorable: las remuneraciones al factor trabajo representaban el 64% de los ingresos en el año 2000 (consistente con el promedio histórico) mientras que las estimaciones más recientes marcan un descenso hacia el 60%. Es decir, no está en cuestionamiento la capacidad del capitalismo de generar valor agregado y riqueza sino su distribución.
El nacionalismo creciente con Marine Le Pen en Francia, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y algunas manifestaciones anti inmigratorias en el sur de Europa que ya tienen su correlato en la primera caída del comercio internacional (-0.8% segundo trimestre 2016) luego de la segunda guerra mundial, aún con una economía creciendo (aunque poco) a escala global como este año.
Desde el sur del mundo, Cambiemos es una de las pocas fuerzas políticas emergentes que se muestra optimista respecto de la globalización. En este sentido, una eventual victoria del candidato republicano no sería inicialmente positiva para la agenda macrista, intensamente abocada a potenciar las relaciones internacionales con los países desarrollados. De hecho, hubo claras señales en favor de Hillary Clinton por parte de la canciller Malcorra y el mismo presidente Macri.
Las declaraciones de Trump, ciertamente anti inmigratorias, por un lado así como fuertemente proteccionistas por el otro, no parecen alentar la posibilidad de una actitud proactiva respecto de caminos de mayor intercambio comercial en caso de un triunfo del magnate neoyorquino.
No obstante, vale la esperanza de pensar que tal vez estemos ante lo que en 1986 planteó Raúl Baglini como su teorema, indicando que más se acerca un candidato al poder, más al centro tenderá su comportamientos. ¿Puede Estados Unidos darse el lujo de no participar del comercio internacional de bienes cuando producirlos domésticamente tendrían un costo mucho mayor? ¿Puede no recibir inmigrantes que reducen el costo de producción de varios servicios no transables?
Si Trump realmente actuase cómo se propone, las consecuencias para la economía global y por añadidura, para la Argentina, redundarían en pérdidas de ganancias por comercio.
Por otro lado, Hillary Clinton, de larga carrera pública y experiencia internacional, sería en teoría más amigable para el plan del Gobierno argentino. Primero porque es la continuidad del partido que está actualmente en el poder con el cual ya se avanzó y en segundo lugar porque así lo manifestó en su campaña dónde se mostró a favor de la profundización de las relaciones comerciales con sus socios uno de los cuales es Argentina. ¿El teorema de Baglini no podría operar para el caso de la candidata demócrata? ¿Podría revelarse más conservadora de lo que realmente se mostró? Es una respuesta difícil de contestar. Por un lado su estilo es poco versátil y perdería mucho del apoyo logrado aunque si la elección concluye en su favor, pero con resultados ajustados, recibirá presión de una porción de la población que levanta la bandera del nacionalismo y que hoy dividen aquel país de una forma pocas veces vista.
Vale decir que la percepción de los mercados respecto de un posible triunfo de Trump, ha impactado en el precio de los activos, deprimiendo los mismos al tiempo que se ve cierto vuelo a la calidad, con aumentos en el precio del oro y los bonos estadounidenses. Todo ello supone noticias que no son buenas para nosotros al menos en el corto plazo.
Por un lado aumentaría la volatilidad, lo cual se puede complementar con una presión moderada sobre el tipo de cambio y una caída en el precio de nuestros bonos. Esto a su vez implica un aumento en la tasa de interés, lo cual es malo para la inversion. El escaso nivel de participación argentina en el comercio global, así como un volumen de comercio exterior aún pequeño respecto del total del producto, presentan un desafío que a partir del martes que viene puede convertirse en una tarea mucho más ardua si, como dicen, quien triunfa se preocupa más por levantar muros que por construir puentes.

viernes, 21 de octubre de 2016

"EL ESTADO SOCIO DEL DESARROLLO"

El Cronista
La política económica muchas veces se encuentra en un trade off con el cuál es difícil de lidiar, el mismo enfrenta lo urgente con lo importante. El actual gobierno parece estar ponderando lo primero por encima de lo segundo.

Existe la creencia que primero hay que ordenar la macro para luego pensar en un plan de desarrollo. Esta idea no siempre es del todo acertada, a fin de cuentas, el largo plazo es una sucesión de plazos cortos.
La meta de largo plazo del actual gobierno es explícita, pobreza cero. ¿Quién podría no comulgar con esa premisa? El problema no es el fin, posiblemente todos los argentinos estemos de acuerdo con esa bandera, sino los medios para llegar a ese objetivo.

Podemos hacer el ejercicio mental de suponer que se solucionan los desequilibrios y problemas de la macro. ¿Qué planes y qué debates existen hoy en día por fuera de este ámbito? No hay luz acerca de la dirección en la cual debemos dirigirnos, cuál es la estrategia de desarrollo que tiene en mente (si la tiene) el actual gobierno como coordinador de planes entre agentes, con heterogeneidad de creencias. Tampoco pareciera ser el plan dejarlo todo en manos del sector privado, el cual puede tardar mucho tiempo en encontrar el camino a la prosperidad.

Las miradas que vinculan al desarrollo deben considerar el peso creciente del sector servicios. Hace 20 años el mundo agregaba valor en dicho sector con un peso del 58%, actualmente el mismo sector genera el 68% del valor agregado mundial, y los países más desarrollados alcanzan supera el 70%.

Cabe preguntarse por qué esta relación entre desarrollo y peso del sector servicios en el PBI. La respuesta hay que encontrarla en el cambio histórico que se vivió en los últimos años. La producción de bienes es cada vez más automatizable, mientras que las actividades que generan valor están relacionadas con el capital humano de un país. No sólo hablamos de científicos, el diseño agrega más valor que el ensamble, algo que nos demostró Apple. La estética agrega más valor que el contenido, al fin de cuentas el café que toma George Clooney es tan rico como otros de menor precio.

La innovación como herramienta necesaria para el desarrollo productivo nacional no pasa por encontrar tres chicos en un garage que fundan una empresa de internet, sino por profundizar los caminos que permiten mejorar la forma en la que hacemos las cosas con costos más competitivos y de forma más rentable.

Vale decir que un país sin industria no es viable pero sí podemos pensar en una industria ultra competitiva haciendo foco en donde tenemos ventajas diferenciales, como lo demuestra el caso finlandés o canadiense. Esa es la oportunidad que tenemos por ser un país en vías de desarrollo, lejos quedó la idea de las etapas del despegue (Rostow). En un mundo dinámico, los jugadores deben cambiar de estrategia rápidamente.

En el plano político, el Gobierno se enfrenta a otro trade off que pone cara a cara al corto y mediano plazo; necesita revalidar la confianza de los inversores en las elecciones parlamentarias 2017, lo que obliga a postergar los ajustes de corto plazo en pos de sostener un nivel de actividad lógico en el marco de un año de sufragio.

martes, 6 de septiembre de 2016

HORA DE JUBILAR VIEJAS DISCUSIONES

El Cronista

La discusión sobre el grado de apertura en nuestro país tiene edad suficiente como para empezar los trámites jubilatorios. De hecho no sería mala idea poder salir de esquemas argumentales perimidos en el mundo, con independencia de la mirada ideológica que se tenga.
Localmente el proceso de desarrollo económico sustentable, una y otra vez ha chocado frontalmente contra la muralla de la restricción externa. Es decir, escasez de dólares que nos dejaban fuera de juego y un costo de capital que no permitía buscar mejoras en la productividad que se conviertan en el verdadero motor que impulse mejores salarios y empleos de mayor calidad. Todo ello en un contexto de presión fiscal excesiva que genera que productos similares estén mucho más caros aquí que en países vecinos.

Sergio Massa encendió la polémica los últimos días con su propuesta de cerrar las importaciones por 120 días. Expresado de ese modo, solo se puede leer como una propuesta anacrónica e ineficiente. Pero vale decir que su propuesta tal vez no se comprendió correctamente ya que el articulado del proyecto de ley, más bien apunta a la transitoriedad en el camino hacia una apertura inteligente, en un contexto donde la aduana ha sido un colador con funcionarios investigados por la justicia.

Es decir, no se trata de prohibir las importaciones, sino dotar al estado de las herramientas necesarias para que el comercio internacional esté en línea con los objetivos de política económica y no se consolide como un nicho donde el mejor negocio lo hacen los contrabandistas.

Está claro que Argentina en la actualidad no está en condiciones de abrirse de par en par a los flujos comerciales extranjeros: tipo de cambio real atrasado, industria poco competitiva y la alta presión tributaria confluyen en una oferta de bienes locales de menor calidad y mucho mayor precio que los extranjeros. Argentina ya vivió las consecuencias de la apertura indiscriminada en materia de desarrollo pyme y empleo.
Argentina también vivió las consecuencias de la protección indiscriminada: mediocre desempeño del producto bruto per cápita en relación a la región y el mundo y una economía que siempre se las arreglaba para chocarse con la restricción externa. Prohibir el comercio nunca puede ser la respuesta en un mundo cada vez más interconectado, donde el posicionamiento de un país en la distribución de tareas dentro de las llamadas Cadenas Globales de Valor y el progreso en el ‘espacio de productos’ (en el sentido de Hausmann) son factores determinantes para su desarrollo económico.

En un interesante ranking que publicó Federico Muñoz en Twitter el 5 de septiembre, Argentina se ubica como el quinto país con menor ratio de importaciones sobre Producto Bruto Interno sobre el total de 93 países con ingresos per cápita superior a los u$s 5000. Lejos estamos de ser un importador crónico.

En una economía estancada que baila al ritmo del ciclo electoral, la innovación tecnológica debería ser uno de los principales motores para lograr un crecimiento sostenido. La idea de que las brechas internacionales de tecnología están íntimamente ligadas a los patrones de comercio internacional es conocida desde hace 200 años gracias a los aportes de David Ricardo, quien señalaba a la productividad laboral como factor determinante. Las teorías más modernas del comercio se apoyan en otros aspectos de la tecnología como retornos crecientes y diferenciación de productos. En general, la literatura reconoce los siguientes vínculos entre innovación y comercio (Kiriyama, 2012):

n i) Difusión de ideas y tecnología: puede llevarse a cabo a través de varios canales, como importaciones, inversión extranjera directa y comercio tecnológico. La difusión puede darse entre competidores (horizontal), a lo largo de la cadena de producción (vertical), puertas adentro de la empresa o desde las universidades o instituciones dedicadas a la investigaciónn ii) El rol de las exportaciones en el aprendizaje: mejor acceso a conocimiento sobre tecnologías avanzadas, estándares de alta calidad en mercados internacionales, aprendizaje más rápido.

Para poder explotar estos canales, el gobierno debe mantener un rol activo. La capacidad de absorción de conocimientos vía difusión de tecnologías que puedan llegar a explotar las firmas locales depende no sólo de los recursos en investigación y desarrollo sino también de la estabilidad política y macroeconómica y la calidad regulatoria.

Pretender venderle al mundo mientras le cerramos las puertas para que el mundo nos venda a nosotros es una fantasía casi infantil que no se verifica en la vida real. Cerrar mas la economía solo consolida la renta de empresarios que no tienen incentivos a invertir, claman por protección y terminan de vacaciones en Miami, mirando Netflix y haciendo sus compras en Chile. Una historia repetida donde ganadores y perdedores siempre han sido los mismos.

viernes, 26 de agosto de 2016

ESPERANDO LA CARROZA, DE LAS INVERSIONES

El Cronista

La lluvia de dólares de la que tanto hemos escuchado hablar en economía tiene un nombre: Inversión Extranjera Directa (IED). Son los flujos de capitales de largo plazo que recibe un país, la misma se registra en el balance de pagos dado que son divisas que consigue el país receptor.

No solo no ha llegado la IED, sino que el país recibió apenas u$s 1774 millones. Para determinar si es mucho o poco, podemos comparar el mismo dato con períodos anteriores, en el mismo período (primer trimestre) en promedio durante los últimos cinco años el país recibía u$s 3028 millones a pesar de la existencia de los controles de capitales.

Llama aún más la atención cuando pensamos que el costo de capital para realizar proyectos de inversión en Argentina está en niveles muy inferiores a los de los últimos cinco años. Actualmente Argentina paga 600 bp por encima que USA, esa medida en promedio fue de 800 bp para los últimos cinco años.

La comparación regional luce magra, Argentina recibe apenas un 1% de su PBI en inversiones cuando otros países de la región como Brasil, Colombia o Perú reciben entre 3 y 4 pp. La excusa de los últimos años para la carencia de IED se basaba en la escasa seguridad jurídica, un concepto criticado pero intuitivo y que encuentra bastante sustento empírico si bien, dadas mínimas garantías a la propiedad privada (lo que no necesariamente sucedía por estos pagos) , dicho criterio de decisión termina quedando rezagado frente al apetito de renta.
Vale decir que si el país no permitía retirar el dinero y/o debía ingresar con una pérdida asumida por la diferencia que suponía un tipo de cambio retrasado, lógicamente generó un fuerte desincentivo al ingreso de divisas. No obstante, ya corregido el problema del cepo cambiario y con garantías claras respecto de la vocación por el cumplimiento de los contratos y de las sentencias judiciales como la de Griesa, nos queda la pregunta, ¿cuál es la razón por la cual con estas tasas bajas y mayor seguridad jurídica, no se ha logrado el boom de inversiones extranjeras que se pregonó durante tanto tiempo?

La respuesta nos da una pista acerca de la percepción que tiene el exterior acerca de la capacidad de la gestión actual para domar la economía, una economía que estuvo atada de pies a cabeza y hoy en día encuentra mucha mas facilidad para operar, si bien la presión fiscal sigue siendo enorme.

Si la percepción del inversor extranjero es que aún no se logra lidiar con la inflación doméstica, esto se traduce en menor flujo de capitales hacia el país pero inmediatamente surge otra pregunta obvia que abre una luz de esperanza sólida: si fuera tan floja percepción acerca de la capacidad del gobierno de normalizar la economía, ¿entonces por qué se pagan tasas inferiores a las de períodos anteriores?

El apetito por el riesgo y la caída de Brasil podrían ser la respuesta, en un mundo donde las grandes oportunidades de inversión financiera se agotan, el país puede aprovechar para obtener recursos a menor tasa de interés. El mayor premio pagado por Argentina en relación a Brasil, ahora luce atractivo desde que este último muestra problemas graves acerca de su economía.

En ese marco es de esperar que a partir de 2017 el país a sea receptor de mas de u$s 20.000 millones al año en caso de que reciba un monto similar que el de la región, o sea, entre 3 y 4 puntos del PBI. Esta cifra el gobierno actual debe monitorearla con atención, porque es una de las varas con la que se mide la capacidad de gestión y gobernabilidad en el extranjero. No solo de fotos con mandatarios y visitas de líderes vive el país, si esto no se traduce en mayor inversión, no hay mayor empleo, sin empleo el país se empobrece y el descontento social se agudiza.

En el tiempo por venir, nuestro país debe tratar de coordinar mejor las expectativas que generan las palmadas en la espalda que recibimos cada vez mas seguido, con la llegada concreta de recursos que permitan poner a la argentina en el sendero de crecimiento lo mas rápido posible.

Es cierto que el gobierno ha realizado sólidos esfuerzos por mostrarse amigable con un mercado que hasta aquí lo que mejor hizo es prestarnos plata mas que compartir los riesgos de las inversiones de largo plazo que apuestan al desarrollo sustentable de una economía basada en el aumento de la productividad. Para ello se puede intentar pensar alguna vez sobra la base de un paradigma diferente.

Los capitales que deben llegar primero son los de los residentes que aun tienen sus ahorro fuera de la Argentina, la mejor ‘señal para el mercado’ sería que empecemos por ver cómo invierten en la Argentina los ahorros de aquellos que conducen los destinos del país. Los de antes, los da ahora y los que vendrán. De otro modo, seguiremos cambiando gestos por voces de apoyo, pero el capital que mueve la rueda del desarrollo seguirá demorando su llegada.

lunes, 15 de agosto de 2016

"EL FALSO DEBATE DEL CAMBIO TECNOLOGICO"

Perfil.com 

Qué imitar, sobre qué productos hacer ingeniería reversa y cómo adaptar una idea al mercado local o a la región requiere de una creatividad tan grande como desarrollar un
producto desde el momento cero.

Innovar, ese gran desafío que está en boga desde hace varios años, se plantea tradicionalmente como un territorio diferente y ajeno a la dinámica de corto plazo. Solemos escuchar la recomendación de ordenar la macroeconomía para continuar luego con el desafío del desarrollo, donde entra en juego la innovación como un factor determinante del crecimiento (teoría schumpeteriana de desarrollo). No obstante, la innovación en determinados sectores puede ser el camino para salir del laberinto en el cual pareciera que estamos atrapados. No necesariamente hablamos de un genio al cual se le ocurre una idea brillante que revoluciona la economía y modifica nuestra visión acerca del mundo (lo que sería un caso de innovación disruptiva). La innovación también puede ser una acumulación de pequeños cambios en la distribución de tareas o en el layout de una planta que conlleve a un aumento de la productividad, a una caída de los costos medios de producción o a un ahorro del trabajo utilizado para producir bienes y servicios. Aquí es donde a veces se presenta la innovación como rival de la generación de empleo, que es una de las ideas más retrógradas que existen en economía. La expresión más cruel derivada de la percepción equivocada sobre el avance tecnológico fue el suceso que en 1813 llevó a 14 trabajadores textiles a romper las máquinas de su fábrica porque pensaban que atentaban contra el empleo. La respuesta fue brutal: los colgaron. Hoy en día, con mayor nivel de conocimiento y observando la historia podemos ver que no hubo una tendencia al aumento del desempleo en países como Estados Unidos, Alemania o Inglaterra. Por el contrario, son los países que mejor han visto aumentar su nivel de vida. En un contexto donde se han perdido más de 100 mil puestos de empleo desde diciembre a mayo podemos preguntarnos quién compraría el excedente de producción derivado de aplicar una mejora en los procesos productivos. La respuesta se encuentra en que la pregunta esta mal formulada. Las economías que aspiran al desarrollo deben comprender que el mercado ya no es el que delimitan las fronteras del país sino el mundo entero. No hay un mercado de 44 millones de argentinos sino de siete mil trescientos millones de personas. En ese marco, la Argentina debe retomar su lugar dentro del comercio internacional. El desafío es producir bienes a escala buscando adquirir conocimiento para desarrollar sectores que hoy se encuentran atrasados. En ese sentido ya no cabe preguntarse si está bien o mal innovar, sino en qué sectores y cómo hacerlo al tiempo que procuramos bajar el costo del capital para que invertir no sea sólo una aspiración sino un camino viable que genere rentabilidad razonable. Existen áreas donde el país conserva una posición de liderazgo, por ejemplo la producción de maquinaria agrícola. Aquí el desafío es conservar y consolidar esa posición desarrollando e incorporando tecnología de punta, posicionando a la Argentina en los eslabones de mayor valor agregado dentro de las llamadas “cadenas globales de valor”. En algunos sectores sólo alcanza con la imitación; viendo el camino transitado en determinadas ramas en países más adelantados y adaptándolo a los recursos propios se puede ser más creativo que buscando una idea completamente nueva, la cual posiblemente tarde mucho en llegar. ¿No hay lugar entonces para la creatividad en el país? Por el contrario, qué imitar, sobre qué productos hacer ingeniería reversa y cómo adaptar una idea al mercado local o a la región requiere de una creatividad tan grande como desarrollar un producto desde el momento cero. Suponer que la innovación solo existe en las historias de éxito de muchachos que crean empresas ultra exitosas desde el garaje de su casa es un mito. De hecho, los llamados unicornios, como Mercado Libre, OLX y Despegar, son simplemente una adaptación de una idea ocurrida en otros países. Esa es una de las principales ventajas de la innovación, la no rivalidad en su consumo (el uso de una idea de modelo de negocio por parte de eBay, no impide a Mercado Libre emplearla). Una de las principales dificultades que por lo general se encuentran cuando se quiere desarrollar una rama de industria determinada está en los mercados de factores, tanto en la falta de financiamiento como en la capacidad de encontrar empleados dispuestos a ser protagonistas del cambio. En ambos planos es donde se debe dar lugar al debate de las políticas gubernamentales; un sector público que coopere y no rivalice con el sector privado es la clave para esta fórmula. El rol de la intervención debe ser facilitar el financiamiento y desarrollar una fuerza laboral capacitada y flexible que pueda adaptarse a las nuevas y cambiantes tecnologías. No es posible el éxito de una idea innovadora sin científicos ni ingenieros que puedan aplicarla al proceso productivo doméstico. La protección per se de algún sector determinado por tiempo indeterminado no promueve el surgimiento de nuevos unicornios, por el contrario, son una invitación a generar estancamiento en tanto no es puesto a prueba en la competencia en los mercados mundiales.  Por el contrario, la completa liberación del comercio sin atender a necesidades particulares de mercados que fueron protegidos por un largo período puede generar desajustes de precios relativos que la estructura económica no puede digerir con facilidad. El camino es estrecho, lograr el nivel de intervención justa es un arte más que una ciencia, y esto no se aprende en ningún libro de texto ni en ningún doctorado, sino que forma parte de la práctica de la política, y es la materia que parece costarle a la actual administración. Resulta determinante para el desarrollo de estrategias innovadoras que el contexto en el cual se establecen se enmarque dentro del respeto irrestricto a la propiedad privada, ya que aquel que invierte en desarrollar una tecnología lo hace en busca de obtener retornos positivos sobre su inversión, de modo que es fundamental que el Estado promueva los mecanismos necesarios para que esto sea respetado, sobre todo por el mismo sector privado que muchas veces pide que se proteja la propiedad pero en ocasiones resulta reticente a pagar por el uso de las tecnologías resultantes de la inversión previa que realizan otros actores del sistema. Vale decir que todos los éxitos que vemos en términos de innovación tienen más que ver con el fracaso que con el éxito, toda vez que la historia que los precede es aquella donde las caídas son mucho más comunes que el salto hacia el éxito. Debemos entender que una sociedad comprometida con el progreso no es la que sostiene proyectos que fracasan ni mantiene abiertas fábricas que quiebran. El Estado puede dar cobertura a los empleados despedidos para que su reinserción no sea traumática, pero socializar el costo de los proyectos que no funcionan responde a una mirada complaciente e infantil de la realidad que sólo nos aferra al fracaso. * Economista, autor de Todo lo que necesitas saber de la economia argentina.