viernes, 13 de noviembre de 2015

"CUÁNTO ESTADO QUEREMOS, EL DESAFÍO DEL DÍA 101"

El Cronista

La discusión política del presente nos sitúa de forma razonable en ‘el día después’, esto es, qué sucederá si gana uno u otro candidato luego del 10 de diciembre.

Los ejes de campaña sobre aquellos aspectos de continuidad que Scioli y Macri garantizan, dan cuenta que las características centrales de las banderas flameantes del kirchenerismo antes que modificarse seguirán vigentes, a punto tal que hoy se han convertido en el la columna vertebral de la ‘campaña del miedo’ por parte del oficialismo y de ‘humor’ por parte de la oposición.

Ambos se pelean por jurarnos que YPF, Aerolíneas y Fútbol para Todos, seguirán en manos del Estado, que la AUH no se toca, que las jubilaciones aumentarán hasta hacer realidad el 82% móvil, y que las principales políticas públicas respecto de la presencia estatal seguirán vigentes.

En suma el Estado mantendría su tamaño, solo nos proponen que cambie de forma. Es curioso pero al mismo tiempo que nos garantizan eso, nos prometen que bajará la presión impositiva y se reducirá el déficit fiscal.

Si tomamos un poco de distancia podremos ver la contradicción implícita en el conjunto de argumentos lógicos que se plantean, lo cual no es un tema menor ya que la inconsistencia entre lo prometido y lo efectivamente realizado no necesariamente será tolerado por la gente con la misma paciencia que en el pasado.

La sociedades evolucionan y toman conciencia de su poder, sino veamos el caso de Dilma Rousseff que no cumplió su promesa electoral y hoy ve peligrar su continuidad en el poder, entre otras cosas, por la perdida de popularidad derivada de dichos incumplimientos.

Si repasamos la (in) consistencia lógica podremos tomar conciencia de ello. Debemos tratar de reflexionar sobre qué es lo que sucederá luego del momento inicial. Apartar la mirada del 11 de diciembre o del 10 de enero y depositarla en el 10 de abril o el 10 de mayo. ¿Qué sucederá a partir del día 101 de gobierno?

Argentina presenta un déficit fiscal equivalente a 5 o 6 % del PBI, esto quiere decir que con la recaudación actual no alanza para pagar los gastos. Sin embargo las promesas de cambio de forma antes que de tamaño suponen que las erogaciones que disminuirán vía recorte de los subsidios económicos a la luz, el agua o el transporte, subirán en la columna de jubilaciones, intereses de la deuda externa (de la mano del arreglo con los holdouts y la emisión de nueva deuda) así como la ampliación de la cobertura estatal vía políticas sociales que ambos candidatos prometen.

En cuanto a los ingresos ambos prometen que se reducirá la presión fiscal, con rebajas en ganancias, devoluciones de IVA para jubilados y eliminación de retenciones. Si bien la intención de la rebaja impositiva es promover la inversión y la producción, la inconsistencia persiste.

Ninguno de los candidatos es claro al respecto, es decir, si queremos que baje la presión fiscal, el tamaño del estado debe ser más chico que el actual, dado que mas allá que las cuentas parezcan cerrar a priori, no se puede tener un estado grande y una presión fiscal baja.

Por supuesto que vía eficiencia y combate a la corrupción se puede mejorar la oferta de bienes públicos con el nivel actual de gasto pero en el fondo el argumento lógico es el mismo: si vamos a bajar la presión fiscal el tamaño del estado se va a achicar.

Entender esto es relevante y debería ser uno de los verdaderos ejes del debate, que unos y otros rehúyen a dar, mostrando el plan para el 10 de diciembre pero colocando debajo de la alfombra las preguntas importantes que deberíamos hacernos. ¿Qué tamaño de Estado queremos? ¿Estamos dispuestos a aceptar un Estado más pequeño? ¿Sabemos cuáles son los costos y beneficios en cada caso?

Esos cuestionamientos son los que quedaron tapados por la coyuntura y el fragor de la campaña, pero tarde o temprano llegará el ‘después del día después’ y sería un acto de madurez colectiva preguntarnos acerca de qué pasará entonces, y qué es lo que estamos dispuestos a hacer en ese momento.

El esfuerzo colectivo necesario para combatir la inflación, aumentar la productividad de la economía y generar las condiciones para un crecimiento sustentable en el mediano plazo, no figura entre los argumentos de campaña. Ambos nos prometen que vamos a adelgazar y ponernos en forma, sentados en el sillón mientras comemos pochoclo y miramos la tele.

El debate no solo es necesario entre los candidatos, sino hacia dentro de la sociedad para que alguna vez comprendamos que no existen las soluciones mágicas y que el bienestar viene de la mano de la inversión en innovación y desarrollo antes que en la búsqueda por mantener los privilegios actuales.

Por más que de eso no hablemos hoy, tarde o temprano nos vamos a tener que enfrentar con aquello que parece ausente en la campaña: la realidad.

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