Restan solo unos días para conocer qué pasó con los precios durante el mes de febrero. El mismo día que se informe ese dato, nuestra Presidenta estará visitando al Papa en Roma.
Cuestiones de agenda que no impiden la suspicacia de pensar que para combatir la inflación sería bueno un poco de ayuda divina.
Lo cierto, independientemente del dato concreto, es que los precios están lanzados en una dinámica que es la más preocupante de la década.
De allí los esfuerzos del Gobierno por sostener su estrategia doble. Por un lado vemos una línea discursiva que tiende a poner énfasis en la especulación empresaria y la renta de los diferentes sectores mientras por el otro se implementan las medidas del recetario tradicional como suba de tasas, caída de la emisión, quita de subsidios, devaluación, caída del salario real y alineamiento internacional con los centros financieros mundiales.
Se convocan empresarios para analizar cadenas de valor, se piden aperturas de costos, se sanciona a quienes no cumplen con el acuerdo de precios, hasta se analiza llevar centros comerciales como el mercado central a diferentes puntos del país en busca de mostrar acciones concretas que acerquen productores y consumidores.
Al tiempo que esto sucede, las tasas de interés están por las nubes y la cadena de pagos comienza a resentirse. Para los usuarios, las compras en cuotas sin interés son parte del pasado y la financiación sobre saldo con las tarjetas de crédito supera el 80% en su costo financiero total. En una gran dosis de pragmatismo político, con astucia, la Presidenta nombró un ministro de economía heterodoxo para ajustar de forma ortodoxa.
Mas allá de la retórica, es evidente que el ajuste está en marcha, y por más precios cuidados que propongan (lo cual no está mal en lo absoluto), si los salarios crecen 28/33% pero no se mueve el impuesto a las ganancias para los trabajadores, y los precios suben en el orden del 35/40% anual lo que hay es caída de salario real, es decir un ajuste hecho y derecho.
Excepto en materia fiscal, donde aun se estaría estudiando la forma de implementar el recorte sobre los subsidios a las tarifas, en el resto de los frentes, los pasos ya se dieron. Y el impacto consecuente en la actividad económica será cada vez más evidente.
De hecho, lo mas probable es que veamos cómo se moderan los reclamos salariales por parte de los gremios del sector privado a cambio de sostener las fuentes de trabajo.
Sin embargo aun no se logra terminar de restablecer un factor determinante para que la política económica sea efectiva de forma plena, esto es: la confianza.
Las sucesivas medidas, a veces contradictorias, que se tomaron en los últimos años hacen que la tarea para el equipo económico en este sentido sea sumamente ardua.
En realidad la posibilidad de despejar cierta incertidumbre que se percibe en la economía no solo obedece a aspectos relativos al área de influencia de la cartera de Kicillof sino mas bien, tienen que ver con una mirada integral sobre la marcha del país, que por estos días no se encuentra en su mejor momento. Esto, sumado al camino que inexorablemente se deberá recorrer rumbo a la transición que tendremos en 20 meses, constituye un combo nada fácil a la hora de cimentar confianza respecto del futuro.
El gobierno tiene por delante el doble desafío de moderar las expectativas de inflación al tiempo que evitar que la caída de la actividad económica sea demasiado profunda, allí donde la confianza es clave para obtener el éxito es donde radican algunos de los puntos que la gestión oficial debe apuntalar.
Aquí, el éxito parcial que al menos por unas semanas representa sacar al dólar y las reservas como tema cotidiano de los argentinos, así como despejar la sensación de zozobra que había comenzado a generar una paranoia que por estos días no tiene razón de ser, es algo que se debe mencionar.
Las semanas por venir marcarán gran parte de la suerte de aquí a fines de 2015. Y ese es un camino en el cual reina la máxima del gran Mostaza Merlo: hay que ir paso a paso.
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