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La política del siglo XXI parece definitivamente encaminada a consolidarse como una batalla de imágenes con mensajes cortos y “a medida” del espectador. El votante pasa de este modo a ser una especie de cliente, y el pueblo se transforma en “la gente”.
En esa línea se inscriben participaciones light con una ausencia total de contenido concreto. Sobran definiciones generalistas del tipo “el armado”, “equipo”, “sumar”, “gestión”, “proyecto”, por listar algunos de los términos que se escuchan en los seudodesarrollos conceptuales que son más bien un paso de comedia obligado al que se someten los candidatos que terminan siendo verdaderos imitadores de Nicolino Locche, “el intocable” púgil mendocino que pasó a la fama por su estilo boxístico basado en esquivar con destreza inigualable los golpes del rival.
Así, los candidatos evitan las preguntas de los periodistas y responden con un set de herramientas diseñadas para decir cosas sin decir absolutamente nada.
Los problemas concretos de la vida cotidiana, que requieren soluciones igualmente concretas, aparecen como encaminados a solucionarse de manera casi mágica. Es como si nos dijeran que vamos a bajar de peso comiendo lo que deseemos, total “hay equipo” y con la “confianza” y las inversiones que van a llegar, todos vamos a “vivir mejor”. Eso, desde ya, mirando a cámara y con una sinceridad absoluta. Es más, si podemos sumarle una “historia de vida”, mucho mejor, así le damos al discurso un anclaje puntual que nos emocione.
En ese marco, prevalece la guerra de colores, donde cada fuerza política se identifica más con una escala cromática que con un conjunto de ideas y valores, lo cual deja fuera de agenda la posibilidad de discutir cuestiones concretas que hacen a la Argentina de los próximos años, y mucho más lejos aún de la de los próximos veinte años.
Verde es el color con el que pensé para identificar lo que tiene que ver con el campo y las economías regionales. Detenernos en este punto resulta interesante para formular un diagnóstico somero de la situación que viven hoy las diferentes realidades de nuestro país.
En términos de actividad económica el ISAP (Indicador Sintético de Actividad de las Provincias) que elabora la consultora Federico Muñoz y asociados da cuenta de una leve pero innegable recuperación de la actividad económica desde el cuarto trimestre de 2014 en adelante. Con leve me refiero a que no llega a ser del 1%, pero sin dudas es un cambio de tendencia. En la Ciudad de Buenos Aires los datos muestran recuperación en el sector inmobiliario respecto de mayo 2014 y una caída en la tasa de vacancia (hay menos locales vacíos) a niveles de 2011 en cuanto a locales comerciales.
Sin embargo, cuando analizamos la característica propia de nuestra economía, vemos que aún subyacen enormes diferencias: por ejemplo el ingreso per cápita de la Ciudad de Buenos Aires es siete veces el de Formosa. ¿Quién plantea programas concretos para resolver de forma sustentable estas desigualdades?
En términos de las potencialidades hoy es imposible soslayar el valor que tienen las economías regionales que, por estos días, esperan una señal concreta en materia de retenciones al trigo, por poner un ejemplo, que puede mostrar nuevamente una siembra que nos dé una de las cosechas más paupérrimas de los últimos cien años.
En el mismo sentido parece que seguimos peleados con la soja, en lugar de analizar la forma de hacer más rentable su producto derivado. Es decir, somos el tercer productor mundial, sólo superados por Estados Unidos y Brasil. En 2013 la soja generó 395 mil empleos entre directos e indirectos, gracias a la producción de nuestros campos hoy contamos con más de treinta tipos de productos accesibles en cantidad, calidad y precios competitivos. A pesar de ello tenemos con el campo, y particularmente con la soja, una relación parecida a la que existe con Messi, donde en lugar de cuidar nuestro recurso más valioso, sólo le endilgamos la culpa de todo lo que no conseguimos.
Sigue ausente en el debate de ideas la posibilidad de establecer alguna relación entre el esfuerzo y el resultado. En esta línea, Brasil, Uruguay y Paraguay ya tienen implementada una tecnología de siembra que aumenta la productividad en más del 10%. Si esto se sostiene, vamos a terminar perdiendo aquí también el tren del desarrollo.
No se trata de avanzar en la dirección fácil de la devaluación, o la eliminación de tal o cual retención. Los saltos en la matriz productiva que nos permitan agregar valor dependen de condiciones de estabilidad, que implican la chance de invertir durante un período de tiempo prolongado en actividades viables y consolidadas o en otras de riesgo, como investigación y desarrollo, generando las posibilidades de que esa inversión encuentre retornos tales que permitan que se incremente antes que irse del país.
Atraer inversiones no es cuestión de que gane tal o cual candidato, ni de garantizar rendimientos de capital propios de quienes han sido especialistas en capturar renta a cambio del esfuerzo colectivo. El desarrollo es producto de una actitud social, no de un impulso individual. Para ello es imperativo discutir todo aquello que permanece ausente del debate público, qué tipo de cambio, qué esquema impositivo, qué formato de reparto entre el capital y el trabajo, cómo promovemos la llegada de inversiones concretas y en qué sectores.
Debemos preguntarnos si queremos desarrollarnos sobre la base de una matriz productiva diversa o focalizada, pensando en el tipo de procesos productivos que se dan a escala global. Es tiempo de debatir cómo nos integramos a la sociedad del conocimiento, desde una escuela que hasta aquí ha cumplido mucho mejor su rol inclusivo y de contención que como pilar de un desarrollo. Es más, en el estado actual no hace más que profundizar las diferencias entre quienes pueden pagar educación de elite y quiénes no.
En síntesis, sería deseable que los diferentes proyectos políticos tengan dentro de su escala de colores aquellos que mejor representen los problemas concretos de la vida de quienes pretenden obtener el voto, si no, seguiremos repitiendo una constante en la vida política de nuestro país, donde aquellos que resultan elegidos parecen vivir a una distancia tan grande del pueblo que los vota que terminan pensando siempre en la próxima elección antes que en la siguiente generación.
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