Por Matías Tombolini. Las cosas materiales como los juguetes, las zapatillas y la ropa, han pasado a ser objetos para acumular y hasta ostentar frente a los demás.
Cuando pensamos en la relación de los chicos con el dinero, debemos tratar de hacerlo sobre la base de un paradigma muy diferente de lo que sucedía hace algunas décadas. En nuestros días no hay empresa que no tenga una estrategia comercial exclusivamente pensada para los más pequeños: hay revistas especializadas, sitios web, canales de televisión con contenido exclusivo, ropa, artículos deportivos y más, mucho más. Esas empresas se suman a este nuevo mundo porque han caído en la cuenta de que es rentable avanzar con las estrategias que tienen como objetivo estimular el consumo de niños y adolescentes.
Más allá del juicio de valor que podamos tener sobre estas políticas comerciales, lo cierto es que están entre nosotros y, quizá, sean las responsables de que, hoy, una criatura de 9 años ya sea un consumidor maduro. Pensemos que, a esa edad, los chicos ya conocen sobre las cualidades y calidades de los productos. Saben cuánto cuestan, qué ventajas presentan unos sobre otros y cuál conviene comprar según el uso que les vayamos a dar.
Resulta muy difícil y hasta equivocado evitar escuchar su punto de vista antes de adquirir una tablet o un celular, así como una nueva computadora para la casa, lo mismo que una consola de juegos.
Si tenemos en cuenta la cantidad de estímulos que reciben los más pequeños en forma constante, le sumamos la sobreoferta de productos y servicios con los que se encuentran a menudo y le agregamos una generación de padres que solemos actuar dominados por la culpa y la inmediatez, tendremos el combo perfecto para entender el hiperconsumo en los niños y adolescentes.
Las cosas materiales como los juguetes, las zapatillas y la ropa, han pasado a ser objetos para acumular y hasta ostentar frente a los demás, antes que medios para satisfacer la necesidad de vestirse y el deseo de jugar. Desde mi punto de vista, eso es sumamente grave, porque estamos confundiendo el verdadero lugar o significado que deben tener las cosas para los chicos. Aquí es donde el dinero no debe ser visto como algo malo o espurio sino simplemente como un medio, fruto del trabajo, que sirve para adquirir otras cosas, no para ser acumulado per se.
Estos nuevos tiempos que estamos transitando requieren de conductas diferentes por parte de los adultos para que los niños puedan cambiar su concepto sobre el dinero. Se trata, entonces, de dotar de valor a las cosas, a partir de comprender que, en la economía como en la vida, uno de los principios más importantes es el de “hacernos cargo”: más que regalar algo para conseguir la sonrisa de nuestros hijos, lo que debemos hacer es, simplemente, recuperar el valor del tiempo con ellos, por ejemplo, apagar el celular y sentarnos a jugar con los chicos. Un cambio en nuestra forma de actuar permitirá que les den verdadero valor a sus cosas, ya que lo harán en función del fin para el que las cosas fueron creadas, antes que por el mero hecho de juntarlas en un placard.
Si entendemos el dinero, básicamente,como un medio de cambio, podemos pensar que no debería estar vedada esa relación para los chicos. Esto no quiere decir que haya que criar niños con calculadora en mano ni una generación de avaros materialistas, sino todo lo contrario. Desdramatizar esta relación les permite a los pequeños vincularse con el dinero desde un lugar diferente del de la culpa. Es, en cuanto al manejo del dinero, que podemos pensar una serie de actividades con ellos:
1) Cocinar en familia: la cocina, que es fundamentalmente un acto de amor, es también una actividad económica, ya que requiere plantear un objetivo: el menú, pensar un plan; anotar los ingredientes para ir a hacer las compras; realizar un presupuesto a base de los componentes de la receta; ir de compras y pagar; cocinar propiamente dicho; sentarnos a la mesa a comer lo que hemos preparado y ver si aquello que pensamos en nuestro objetivo, finalmente se ha cumplido. Claro que eso debe llevarse a cabo con la participación de todos, aun de los más pequeños, ya que de este modo podemos sentirnos parte del proceso tanto como del resultado y, sobre todo, hacernos cargo de lo que hemos hecho al sentarnos a la mesa y “degustar” el resultado.
2) Mesada infantil: aquí podemos pensar en pequeñas sumas de dinero para los chicos a partir de los 9 años, que es cuando tienen más noción de la temporalidad, a fin de que puedan administrar ese importe durante, por ejemplo, una semana. La clave radica en NO decirles para qué tienen que usar ese, que es SU dinero, tampoco debemos reponer el dinero si se lo gastan antes de tiempo.
3) Presupuesto escolar incentivando al ahorro: cuando los chicos tienen unos 11 o 12 años en adelante, podemos pensar juntos el presupuesto escolar de principio y mitad de año. La idea consiste en que, una vez recibida la lista de útiles para comprar, se estime su gasto total. Supongamos 500 pesos. Así podemos ofrecerles que reciclen cosas del año anterior, que intercambien o compren libros usados y donen los suyos, de modo que todo aquello que no sea necesario comprar, lo puedan ahorrar y así quedarse con la diferencia que surja de los 500 pesos presupuestados y lo gastado.
4) Gastos de celular: si bien, hoy en día, lo chicos comienzan con el celular desde temprana edad, la realidad es que el uso intensivo para comunicarse con otros es a partir de los 11 a 13 años. Aquí, mi sugerencia es agregar una suma fija a la mesada, para cubrir el gasto de celular, y si el consumo excede dicho monto, es del remanente de su mesada que debe salir el dinero para cubrir dicho gasto.
Finalmente, si entendemos el dinero como un medio y no como un fin en sí mismo, entonces podremos concentrarnos en aquello que realmente vale la pena, es decir, ver la felicidad de nuestros hijos al sentir el viento sobre su cara mientras se hamacan en la plaza. Al final de cuentas, al menos por ahora, el viento, la hamaca y la plaza son gratis, ¿verdad?
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