Estamos promediando el penúltimo otoño de Cristina en el poder y ya se comienzan a vislumbrar los diferentes armados políticos de cara a las primarias de agosto 2015.
Los candidatos van conformando sus equipos, tratando de ampliar sus espacios de influencia y construyendo nuevos mapas de distribución del poder.
Se reorganizan los viejos vínculos, se hacen jugadas como si fueran tiros de billar a varias bandas y se trabaja en el delineado general de la futura administración.
Es el tiempo de promesas, acuerdos amplios, garantías de lealtad múltiple y tertulias interminables. Poco a poco bares y oficinas se irán tiñendo de todo tipo de cálculos electorales sobre posibles alianzas y resultados probables.
En materia económica, hay ciertos puntos sobre los cuales todas las alternativas políticas, visibles hoy, parecen converger.
En mayor o menor medida desde Macri hasta Binner, desde Scioli hasta Cobos, pasando por Massa o De la Sota, todos han expresado su voluntad para revisar el mínimo no imponible para el impuesto a las ganancias a los trabajadores; las retenciones sobre algunas de las commodities que exporta Argentina, el nivel de apertura a los mercados internacionales, la promoción y fomento a la llegada de inversiones extranjeras; así como cumplir sin margen de dudas con los vencimientos de deuda publica.
En este sentido, el paso de muchos de estos candidatos por el Council of the Americas se enmarca en esta línea, y forma parte de algunas de las señales (juntamente con cierto giro del actual gobierno hacia una ortodoxia tardía) que han tomado los inversores internacionales para empezar a mirar a nuestro país como un lugar interesante para colocar algunas fichas en el tablero de la inversión financiera mundial.
Hasta finales de 2013 la Argentina era considerada junto con Venezuela, algunos países africanos y otros bajo situaciones bélicas, como un destino irrelevante para invertir. En la región, hemos sido superados por países con economías mucho más pequeñas, en lo relativo a recepción de inversión extranjera directa.
Es que nuestros activos presentan retrasos sorprendentes en cuanto a su valor, respecto del que tienen sus pares en la región. Aquí, no me refiero a Brasil, sino a Colombia y Perú, por considerar algunos.
Desde ya, el tiempo por venir no está exento de desafíos y hay aspectos sobre los cuales no todos opinan del mismo modo. Por ejemplo, el futuro de Aerolíneas Argentinas o el de Fútbol para Todos. En sentido inverso, pueden advertirse otros puntos que parecen estar fuera de discusión, como lo relativo a la vigencia de la asignación universal por hijo, o la titularidad estatal de la mayoría accionaria en YPF, con independencia de lo que hayan votado los diputados de los candidatos al momento de realizarse la expropiación de la mayor empresa del país o la forma de pago a Repsol. Lo mismo sucede con la estatización de las viejas AFJP, hasta aquí no hemos conocido manifestaciones que hagan suponer que se quiere retornar al viejo sistema de capitalización y reparto.
Sin embargo, la coincidencia más llamativa es que, por el momento, ninguno puso en discusión nada concreto en temas trascendentes como la baja de la alícuota del IVA, la reforma integral del impuesto a las ganancias para los trabajadores, la eliminación del impuesto al cheque, la implementación de esquemas de coparticipación automática para que el fondeo de obras provinciales y municipales no sean rehenes de la chequera del ministro de turno, por enumerar sólo unos pocos de una larga lista que parece olvidada.
De las iniciativas en economía, al menos hasta ahora, lo que se ve son básicamente acciones de marketing, es decir, iniciativas de alta potencia comunicacional, con un mensaje simple, casi que podría entrar en uno o dos tuits, que además resultan obvios a la hora de encontrar apoyos. Es decir, el aspecto demagógico de la política económica.
Esto no quiere decir que sean iniciativas nocivas para el conjunto, es más, en muchos casos resulta imposible no estar de acuerdo.
Sucede que la posibilidad de transformar el crecimiento de la década pasada en desarrollo sustentable, requiere mucho más que reflexiones televisivas de cinco minutos.
El primer paso a dar debería ser refundar el valor de la verdad para todos y cada uno de los candidatos. La construcción del concepto sobre la verdad y lo que ella significa es algo que los postulantes deben explicar sin excepciones.
Si los candidatos desean que sus políticas económicas sean creíbles antes que convenientes para el establishment, deberían estar fundadas en la verdad y desarrolladas desde esta concepción.
¿Sobre qué base un candidato que se presentó a un cargo que nunca asumió podrá sostener un conjunto de medidas que fomenten el desarrollo, aún cuando éstas, en un principio, no fueran estrictamente populares?
Cómo podemos estar convencidos de la sostenibilidad de candidatos que especulan con su postulación como si fuera una decisión gerencial en la que se busca maximizar el beneficio en función de la oportunidad, antes que someter al escrutinio social las ideas que les son propias.
Cuál es el argumento que nos invita a creer que las iniciativas declamadas serán las que se lleven adelante si la dimensión ética de la verdad no está incorporada como elemento de discusión fundante en las propuestas de dichos candidatos.
La mejor política económica debería ser la que reconstruya el compromiso entre lo dicho y lo hecho, más allá de las sugerencias de asesores de imagen y gurúes de turno sobre la opinión pública.
No se trata de convertir el proceso preelectoral en un debate académico ininteligible y alejado de la comprensión del pueblo. Tampoco en una carrera alimentada por la hoguera de las vanidades políticas donde, a la hora de la campaña, cada uno dice lo que supuestamente la mayoría desea escuchar antes que plantear un conjunto de ideas sobre la base del diálogo y el respeto por lo que se propone.
Cuando el compromiso sea transformar la realidad antes que sostener la imagen coyuntural, entonces podremos tomar las propuestas integralmente como un cuerpo de ideas para discutir. Mientras tanto, lo que tendremos frente a nosotros será la vieja fórmula, esto es, recursos cuantiosos, sonrisas ultrablancas, globos coloridos y actos de diseño; algo parecido, pero más moderno, a lo que usaron hace más de cinco siglos para conquistar nuestro continente, sólo espejos de colores
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