Alberto Ovin, tiene 48 años y actualmente trabaja como guía turístico matriculado en Israel. Llegó allí, proveniente de Argentina, hace más de 25 años persiguiendo el sueño de un país cuya base económica se asentaba en emprendimientos colectivos que fueron mundialmente conocidos: el Kibutz.
Conversar con este argentino que ya tiene mas años en el pequeño país asiático que en la tierra que lo vio nacer, permite obtener una mirada práctica sobre el devenir de una experiencia de la que vale la pena sacar algunas conclusiones.
Alberto cuenta que al comienzo los kibutzim (plural de la palabra kibutz) eran auténticamente colectivistas. Los postulados sobre los que asentaron inicialmente tenían que ver específicamente con una centralidad en el trabajo agrícola; la idea de propiedad colectiva; salarios igualitarios sobre la base que "cada cual otorga según sus posibilidades y recibe según sus necesidades"; rotación de los puestos directivos, y decisiones democráticas en el sentido que las decisiones importantes, incluyendo todo lo concerniente a cambios en los postulados o su aplicación.
Si bien alcanzaron fama mundial, lo cierto es que nunca representaron mas del 4% de la población de Israel. Una de las bases de su desarrollo se debió a que luego de su independencia tenían fuertes restricciones para importar productos agrícolas, y esto brindó gran importancia a los kibutzim.
Luego, una vez que Menájen Beguin del partido Likud derrotó por primera vez al laborismo en 1977, comenzó a quitarles subsidios y apoyo lo cual los obligó a enfrentar un proceso de adaptación y cambio.
Alberto cuenta que el aporte esencial al desarrollo del estado ya lo habían hecho y en la nueva realidad, no había espacio para el viejo modelo. Fue así que se avanzó en un duro proceso de privatización de medios de producción y los servicios del kibutz, así como la implementación mas extensiva de la propiedad privada y el salario diferenciado.
Estas comunidades entendieron que lo que servía ayer no necesariamente era útil en la actualidad. Por otra parte, supieron analizar sus fortalezas y debilidades para reinventarse y rescatar muchos de los paradigmas positivos que los hacían diferentes.
De este modo aceptaron que no había que resignar la vida comunitaria, pero que cada miembro podía ser propietario de su casa (lo cual no sucede en todos lo casos, aun hoy), comprendieron que la igualdad salarial quitaba incentivo al esfuerzo individual.
Se terminó la lógica imperante donde un grupo reducido de personas determinaban a quién le tocaba el equipo de aire acondicionado o quién podía utilizar el auto del kibutz y quién no.
En ese momento comprendí que había muerto el sueño colectivista pero no el sueño colectivo. Los miembros aún cuentan con una serie de beneficios muy importantes que hacen las veces de proceso redistributivo donde se observan desde ayudas a desempleados, hasta facilidades para adquirir las propiedades según el grado de antigüedad en el kibutz. Es decir se convirtieron en una comunidad organizada con objetivos comunes claros no en un barrio cerrado o un country.
En un formato moderno y donde el trabajo agrícola aun existe, la gran mayoría se encuentra inmerso en procesos productivos de alto valor agregado con desarrollo e incorporación de tecnología para poder competir en un mundo que no hace distinciones respecto de la procedencia de los bienes y servicios, mas allá de la cruda relación entre precio y calidad.
Con mas de 260 kibutz y una población que en 2001 alcanzaba 135 mil personas, enfrentaron el nuevo siglo con la mirada puesta en el desafío de adaptarse al presente y prepararse para el futuro antes que buscar sobrevivir con la mirada puesta en la melancolía de un pasado mejor.
Fue así que Alberto dejó su empleo en el kibutz e impulsando por la misma comunidad a partir de sus aptitudes, se convirtió en guía turístico, que en Israel es una carrera de tipo universitaria.
A partir de su experiencia y una mirada general sobre este proceso es que me pareció que podemos sacar algunas conclusiones para nuestro país.
En tiempos donde la palabra mercado parece un insulto, donde la diferencia natural resulta de derecha, donde privilegiar lo que agrega valor y representa una posibilidad de desarrollo por sobre lo que se sostiene en el favor puntual de un funcionario, resulta una idea descabellada. Terminó por imponerse una retórica que deja como resultado el planteo de una contradicción inexistente en el resto del mundo. Aun debatimos mercado o estado mientras la mayoría de los países entendió que es mercado Y estado. Sin dudas que la cuestión pasa por la definición que le damos a cada cosa, y cual su alcance.
Aquí la experiencia del kibutz parece interesante, ya que sobre la base de fomentar un capitalismo relativamente sano entendieron que podían defender logros que se alcanzaron en el pasado y aun mejorar la vida del colectivo. Eso si, continúan con una mirada solidaria ya que esa decisión siempre implica pensar en el conjunto antes que en aquellos que lo conducen. Eso en nuestro país aun resulta un desafío.
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